DEJA QUE JESUCRISTO VISITE TU CORAZÓN.
Jesús nació en un establo, lugar abierto, sin puertas ni ventanas; unas varas amarradas a varios troncos era lo que pretendía dar “seguridad”.
Todo un símbolo el lugar donde nace Jesús. Nosotros queremos tener seguridad para nuestra vida, tener nuestras cosas materiales bien aseguradas, pasarla tranquilos porque tenemos seguro de vida, seguro para el coche, la puerta de la casa bien asegurada, un seguro para todo.
Navidad es un tiempo de contrastes en nuestros días. Quienes nos movemos en la vida con nuestras seguridades físicas y emocionales buscamos hacer bonitas fiestas de la Navidad. Pero pensemos en las miles de familias en nuestras ciudades y el campo cuya existencia se mueve en la total desprotección: el frío se cuela por todas partes en su choza, ¿tendrán comida para el día siguiente? ¿dónde conseguir un empleo y cómo hacerle para sobrevivir? Ellos no hacen fiesta en la Navidad, pero, estoy seguro, Navidad es para ellos una fiesta porque Cristo niño nace allí. Nace, aunque ellos no perciban nada extraordinario, porque el mismo Jesús lo dijo: “Dichosos los pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios” (Lc 6,20). Su situación concreta es injusta, de ahí que Dios mismo haya dicho “yo mismo seré su protector”. “El Señor todopoderoso mostrará su grandeza haciendo lo que es recto; el Dios Santo revelará su santidad actuando con justicia” (Is 5,16).
Jesús quiere nacer también en tu vida. Basta con que te enteres de lo que ocurre en tu entorno. No te encierres en ti mismo, en tus seguridades. Mantén el corazón sediento de Dios y brotarán de ti acciones de solidaridad hacia los más desprotegidos. Entonces, estoy seguro, Jesús hará su morada en ti.
Señor, hay muchas cosas hoy en estos días de Navidad que me distraen de lo esencial que es tu llegada a mi vida, hay mucho ruido y muchas voces que me llaman a “comprar, comprar, comprar”. Te pido me ayudes a escucharte a Ti, a reconocer tu presencia en mis hermanos más pobres, a descubrir el sentido de mi vida en acciones de solidaridad. Tú sigues pasando para visitar nuestra vida; mantenme, pues, los ojos abiertos y los oídos atentos para percibir tus pasos. Enséñame, Señor, el camino para llegar a donde Tú me esperas.