domingo, diciembre 12, 2010

El pan y el perdón.

EL PAN Y EL PERDÓN.
Tips para darle vida a nuestro Adviento.

Hace unos dos meses me encontraba en reunión con un grupo de matrimonios y comentábamos la oración del Padrenuestro. Tengo ahora frente a mí los apuntes que saco de esas reuniones y quiero compartir con Ustedes esta breve reflexión.

Decimos en el Padrenuestro: “Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. El pan y el perdón son dos necesidades básicas para nuestra vida; así como el agua, el aire, el amor, necesitamos pan y perdón para experimentar que la existencia humana tiene sentido. Y las dos van juntas, forman parte de una misma experiencia vital.

El pan, con todo lo que significa: el alimento, la salud, la casa, el trabajo, la libertad, la educación; el perdón, con todo lo que encierra: relaciones sanas y sinceras con los que me rodean, reconciliación en el seno de la familia, intenciones honestas para con los vecinos y compañeros de trabajo, paz interior.

Cuando a Dios le pedimos “danos hoy el pan de cada día” pensamos ciertamente en nuestras necesidades de la vida cotidiana. Tenemos presente a tantos hermanos, familias enteras, comunidades que carecen de los bienes indispensables para vivir. Tienen hambre de pan para su cuerpo. Pero no es sólo eso, hay algo más: se pide aquello que nos hace valer más como personas, esto es, se anhela la vivencia de los valores auténticos y el verdadero sentido de la vida. Se tiene hambre del pan que nos da esperanza y amor, y que nos impulsa a seguir adelante en la vida. Todavía más, es el pan de la fe en Jesucristo; Él es quien se convierte en nosotros en la fuerza y el motivo para seguir viviendo.

¿Y podemos todos hacer esta petición a Dios nuestro Padre? Ciertamente sí, pero con una condición fundamental: se necesita tener hambre. No es sólo cuestión del hambre física para hacer esta petición. Hay personas que se sienten autosuficientes, que orgullosamente se precian de no necesitar nada de nadie, de no depender de ninguna persona; no tienen hambre, están satisfechas de orgullo. A estas personas el Evangelio las llama “ricos”. Por tanto, ellos no necesitan del pan de Dios; no sienten hambre y por eso no tienen necesidad de pedir el pan.

Para pedir el pan de Dios, comenzando con los bienes materiales, debemos sentirnos pobres, sentir la necesidad de que alguien nos estreche la mano que tenemos tendida, con expectativas para nuestra vida. Esta es la actitud fundamental que hace válida nuestra petición a Dios. Esto es tener hambre, y hambre, en el fondo, de Dios.

Y aquí es donde se enlaza la otra petición del Padrenuestro: “perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Es el pan de la reconciliación con Dios y la reconciliación con los demás. Tenemos aquí otro de los bienes básicos para la conciencia y para todo el campo de las relaciones interpersonales: es, a fin de cuentas, tener hambre de paz en el corazón y de reconciliación con los demás; por eso nos dirigimos a Dios con esta sentida petición.

Podemos tener bienes materiales suficientes, pero si no hay reconciliación con Dios y entre nosotros, si no somos capaces de perdonar y de pedir perdón, no tendremos entonces paz, armonía familiar, confianza en los demás. Si hay ofensores y ofendidos, odios y resentimientos, aunque haya satisfactores materiales suficientes, sólo nos darán agobio y soledad.

Debemos, pues, sentir hambre en el corazón, hambre profunda de paz y de reconciliación; anhelos de confiar en los demás para, así, ser constructores de fraternidad. Sólo con estas actitudes encontraremos el sentido tan ansiado para nuestra vida. ¡Que todos luchemos, y este es un mensaje para los jóvenes, por vivir estos valores como dones preciosos de Dios nuestro Padre!

Adviento, oportunidad excepcional para rezar el Padrenuestro con estos sentimientos; tiempo especial que nos presenta la Iglesia para anhelar la paz y así, en paz y reconciliados, nos lancemos a practicar la solidaridad con los hermanos más desprotegidos. Adviento, en paz y reconciliados, practiquemos la caridad para sentarnos todos en la misma mesa de la Iglesia con Cristo a la cabeza.  
  







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