SAN JUAN BOSCO A LOS JÓVENES:
¡BASTA QUE SEAN JÓVENES! ¡CRISTO LOS AMA!
Considero muy valioso el mensaje que el P. Pascual Chávez Villanueva, Superior de los Salesianos, envía a los jóvenes en la fiesta de San Juan Bosco, en Turín el 31 de enero de 2011. Aquí presento algunos párrafos, e invito a los jóvenes a darle una buena leída y a conocer la vida de San Juan Bosco, amigo y gran educador de jóvenes.
Queridos jóvenes:
Los saludo y les confío mi inmensa alegría al enviarles este mensaje. Son palabras y sentimientos que reúno ante el Señor Jesús, Buen Pastor. A su corazón misericordioso le pido que ilumine su mente, encienda su corazón y llene de sentido y dinamismo sus vidas.
Todos los días los llevo en el corazón y ruego incesantemente por ustedes; sí, pido por ustedes, porque mantenerme unido a Cristo y entregarme totalmente a ustedes es la orientación profunda de mi vida. En ustedes leo un gran deseo de vivir y un sueño oculto de hacer de la vida algo hermoso. Naturalmente se plantean la pregunta: ¿qué hacer y cómo hacerlo? Me inquieta que muchos de ustedes estén todavía inciertos y confusos; y sé muy bien que no esperan desde luego nada de teorías y programas. Para responder a su pregunta, entonces, no puedo sino hablarles con el corazón de nuestro padre Don Bosco. Es él el que ahora les habla, es él que el que toma a su cuidado su vida presente y la futura, porque los quiere felices en esta tierra y para siempre.
Quiero hacerles conocer, queridos Jóvenes, lo que me ha hecho entender, de manera cada vez más profunda, el sentido de mi vida. Para mí ha surgido y me ha ayudado mucho a encontrarlo en el encuentro con una persona.
Esta persona fue para mí, ante todo, mi madre Margarita. Cuando contemplábamos juntos un campo de trigo maduro, ella me decía: «Demos gracias al Señor, Juanito. Él ha sido bueno con nosotros. Nos ha dado el pan de cada día». Después de que le conté el sueño que iba a marcar mi vida, con la intuición que sólo el corazón de una madre puede descubrir, exclamó: «Quien sabe si no llegarás a ser sacerdote». Palabras sencillas, que me hacían entender que Dios había soñado conmigo, que Dios tenía para mí un sueño que realizar, un designio, un proyecto maravilloso, una historia de amor que misteriosa y silenciosamente iba tejiendo dentro de mí: entregar mi vida a los jóvenes, para ellos y con ellos. Todo esto me hacía soñar en grande.
El sentido religioso de la vida me lo enseñaba mi madre no sólo con palabras, sino también y sobre todo con sus ejemplos, como cuando despertada por los vecinos en medio de la noche para atender a un enfermo grave, se levantaba y echando a correr iba a prestarle su ayuda. La misma prontitud y el mismo amor mostraba ella cuando al mendigo que llamaba a la puerta no le negaba nunca un pedazo de pan o una sopa caliente. Aprendí de ese modo que no basta con soñar, sino que hace falta pagar un precio para que los sueños se hagan realidad. De ella aprendí los gestos de la religiosidad sencilla, la costumbre de la oración, del cumplimiento del deber, del sacrificio. Su presencia amorosa me recordaba que la vida es el don más precioso que Dios nos ha hecho y que debemos devolvérsela cargada de frutos y de buenas obras.
A lo largo de mi vida, sobre todo cuando tenía que tomar decisiones importantes, encontré a otras personas, iluminadas por el Espíritu, que me ayudaron a comprender que la vida es vocación y compromiso de entrega, y me guiaron en la escucha de la llamada del Señor y en la acogida de la misión que Él me confiaba. Esta experiencia personal me convenció con fuerza de la importancia, para los jóvenes, de encontrar un ambiente donde se respiran y se viven los grandes valores humanos y cristianos, así como la importancia de encontrar adultos seguros, guías espirituales capaces de encarnar los valores que proclaman, presentándose como testigos creíbles y modelos de vida.
También ustedes, jóvenes, pueden encontrar personas de referencia en la familia o en el ambiente que los rodea. Hay personas estupendas, ricas humanamente y capaces de vivir y testimoniar una profunda espiritualidad. Pueden mirarlas como modelos concretos para su vida. Son sacerdotes, personas consagradas, laicos y laicas que viven con alegría la plenitud del bautismo. Guiados por el Espíritu y a la escucha de la Palabra de Dios, han sido capaces de desarrollar su vida cristiana hasta hacer tomar decisiones de vida valientes y comprometidas. Se han convertido de ese modo en testigos auténticos de Cristo en la Iglesia y en la sociedad.
Esas personas son, para ustedes, un poco como Juan Bautista, testigos y mediadores del encuentro con Jesús. El Bautista, en efecto, señaló a Jesús de Nazaret a sus discípulos como el que podía satisfacer los deseos más profundos de su corazón, el que podía llenar de sentido y de alegría su vida, el que era verdaderamente “el camino, la verdad y la vida”. Los testigos de hoy, los que encontramos en nuestro camino, son “nuestros Juan Bautista”. ¡Los que, una vez más, nos señalan al Señor de la Vida!
Queridos jóvenes, ustedes no pueden resignarse a vivir su vida como si fuese un simple ciclo biológico (nacer, crecer, reproducirse y morir); no pueden plantearse su existencia como una vida carente de energía, anémica, sin pasión en lo que se refiere a Dios y al prójimo. No pueden malgastar su vida rebajándose al papel de consumidores y espectadores. Ustedes están llamados a ser protagonistas en la sociedad y en la Iglesia: «Ustedes son la sal de la tierra y la luz del mundo», diría Jesús.
¡Sí, queridos jóvenes! “Hoy” Dios tiene necesidad de ustedes para “rehacer” el mundo. Todo hombre, toda mujer tiene un sueño por el que vive y del que habla. Yo, movido por el Espíritu de Jesús, he cultivado siempre y todavía hoy cultivo mi sueño: un gran movimiento de adultos y jóvenes que sea profecía de este nuevo mundo. Un mundo en el que cada hombre pueda obtener justicia. Un mundo en cuyo centro estén los “pequeños”, los últimos. Un mundo en el que las personas sean entre sí hermanos y hermanas. Este nuevo mundo puede tomar forma, hacerse real, si siguen a Jesús, si toman de corazón sus palabras y realizan así el sueño de Dios.
Pido al Señor por ustedes, queridos jóvenes, para que también hoy muchos de ustedes se dejen seducir, fascinar por Dios hasta entregarse totalmente a Él. Si se ponen al servicio del Amor no les faltarán alegrías profundas. Son las alegrías de la fecundidad que viene de la intimidad con Dios y de la fatiga del obrero que vive sólo para la causa del Reino.
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