LLAMADO DE DIOS AL CRISTIANO PARA SU MISIÓN EN EL MUNDO.
La señora Ana María Todd de Croda, hasta hace 3 meses presidenta nacional de la Acción Católica Mexicana, nos comparte estas reflexiones que van en la línea de la formación de los laicos para su apostolado en la parroquia. Actualmente Anita está casi de tiempo completo dedicada a visitar grupos apostólicos en las parroquias; comparte con ellos temas de formación cristiana y de servicio parroquial. A la vez, impulsa la conciencia de lo específico del laico: inmersos en el mundo para transformar el mundo.
Antes de reflexionar sobre la vocación del laico en la Iglesia y en el mundo, vamos a recordar qué significa la palabra “laico”.
La palabra laico proviene del griego “laos” que significa “pueblo”. Esta palabra ha tenido varias connotaciones, pero en la Iglesia es entendida como “pueblo elegido por Dios”. Laicos, en este contexto, somos todos los bautizados, quienes hemos recibido de parte de Dios una vocación o un llamado, para dar testimonio en el mundo del Reino de Dios que Jesucristo anunció.
A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios. Viven en el siglo, es decir, en todos y cada uno de los deberes y ocupaciones del mundo, y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social, con las que su existencia está como entretejida. Allí están llamados por Dios, para que desempeñando su propia profesión guiados por el espíritu evangélico, contribuyan a la santificación del mundo como desde dentro, a modo de fermento. Y así hagan manifiesto a Cristo ante los demás, primordialmente mediante el testimonio de su vida, por la irradiación de la fe, la esperanza y la caridad. (LG 31)
Una de las principales tareas de la Iglesia es la formación de los laicos. Es la Palabra de Dios el punto de partida y de inspiración para esta tarea de la Iglesia: “¡Dios todopoderoso, atiéndenos, mira atentamente desde el cielo y ven a visitar tu viña, la planta que sembraste, el retoño que tú hiciste vigoroso!” (Salmo 80,15-16). En los evangelios tenemos también la imagen de la vid y los sarmientos. Nos revela otro aspecto fundamental de la vida y de la misión de los fieles laicos que es la llamada a crecer, a madurar continuamente, a dar siempre más fruto. De esta manera, la Palabra de Dios interpela al cristiano en su libertad, quien está llamado a asumir su personal responsabilidad como respuesta a Dios.
La formación integral y permanente de los fieles laicos se coloca entre las prioridades de la diócesis, y se ha de incluir en los programas de acción pastoral, de modo que todos los esfuerzos de la comunidad (sacerdotes, laicos y religiosos) concurran a este fin.
La formación de los fieles laicos tiene como objetivo fundamental el descubrimiento cada vez más claro de la propia vocación y la disponibilidad siempre mayor para vivirla en el cumplimiento de la propia misión. Dios me llama y me envía como obrero a su viña; me llama y me envía a trabajar para el advenimiento de su reino en la historia.
El laico, descubre que el ámbito de su misión es su vida cotidiana: su familia, su trabajo, su compromiso gremial, sus opciones políticas; el amplio mundo de las prácticas económicas, culturales y sociales. Es allí donde el laico está llamado a “estar con el Señor y a seguirlo y trabajar con Él”. Esto supone un hondo proceso de conversión en cada uno de nosotros.
Nuestra vocación peculiar de laicos es ser santos viviendo en el mundo, es decir lograr la plenitud de la vida cristiana y la perfección en la caridad. Santificar a otros en cada momento de nuestra vida diaria, guiados por el espíritu evangélico. En esta tarea no hay horas libres, siempre estamos llamados y podemos ser santos.
¿Qué significado tiene para nosotros laicos este tiempo que nos toca vivir? ¿Cómo prepararnos para vivirlo con sentido? ¿Qué desafíos nos plantean los tiempos que vivimos? ¿De qué manera podemos prestar mejor servicio a la Iglesia?
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