PROYECTO DE VIDA.
A muchos puede parecer hasta risible o anticuado lo que les voy a presentar. Todos nosotros tenemos un compromiso con nosotros mismos para construir nuestra vida. Cuando se trata de “construir”, a nuestra mente nos viene enseguida el elemento previo y necesario para la construcción: “el proyecto”. No se puede edificar algo si no está sustentado en una idea preconcebida sobre lo que se quiere levantar. Pensemos en esto: “El que escucha mis palabras y las pone en práctica es como aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y arremetieron contra la casa; pero no se derrumbó, porque estaba cimentada sobre roca. Sin embargo, el que escucha mis palabras y no las pone en práctica, es como aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, chocaron contra la casa, y ésta se derrumbó completamente. Fue una ruina terrible” (Mateo 7,24-27).
En este contexto del Evangelio quiero presentar como proyecto que le proporcione fundamento firme a nuestra vida las virtudes teologales: fe, esperanza y amor, y las virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. En la sociedad en que vivimos, es el afán de sobresalir a costa de denigrar a la otra persona lo que prevalece como “proyecto para tener éxito en la vida”. Se trata de una competencia que deshumaniza, porque el resultado fundamental que se quiere obtener es sólo el beneficio material, dejando en el camino el campo de los valores morales. De ahí la angustia que provoca en muchas personas el ambiente que prevalece en el ámbito laboral y en la convivencia con sus amistades.
Recuerdo que hace meses leí en un periódico de circulación nacional las declaraciones de uno de los directivos de una televisora; decía que mucha gente, y gente joven, quiere trabajar en su empresa porque lo que más importa es el valor económico y que ahí está el éxito de la persona. Pues sí, es el criterio del mundo de “tanto tienes, tanto vales”.
Yo quiero hacer reflexionar sobre la importancia de los valores morales y, en concreto, como ya lo he mencionado, las virtudes, a partir del Evangelio, como proyecto que sea fundamento firme para la vida.
“Virtud” viene del latín “virtus”, que expresa ‘fuerza’, ‘destreza’, ‘ejercicio’, ‘cualidad’. Por eso se dice que el alma necesita de las fuerzas que son las virtudes para dominar la vida. Sin virtud, la vida no sirve; y ellas contribuyen a que en la vida se tenga serenidad y paz. Por tanto, al hablar de “virtud” se debe pensar en ejercitarse diariamente, en tomar fuerza para la vida; se trata de la valentía y el coraje para conquistar una vida que tenga pleno sentido.
La fe, la esperanza y el amor, en cuanto virtudes que se llaman “teologales”, son la base del despegue para una vida de auténtica espiritualidad a partir del Evangelio. Por supuesto, estas virtudes no se consiguen sólo con el esfuerzo humano sino que, en primer lugar, son dones de Dios que hay que pedir constantemente; pero, en segundo lugar, son actitudes completamente humanas que llevan a la persona a vivir en una dimensión de paz consigo mismo y con los demás.
Prudencia, justicia, fortaleza y templanza, son las llamadas “virtudes cardinales”. “Cardinal” quiere decir “bisagra”; son como la bisagra de una puerta que permiten entrar y salir intenciones buenas desde el fondo del alma. Y todo esto es una conquista.
La fe: Confía. Confía siempre en ti mismo, en los demás y en Dios. Pide diariamente a Dios te conceda ese don. La esperanza: No es cuestión de simple ilusión o euforia, es el motor que debe impulsar a la persona a tener ganas, ánimo de seguir adelante en la vida. Que Dios te conceda este don y ejercítate en sostenerlo, porque a veces salta la pregunta sobre qué sentido tiene la vida. Si has leído el libro ‘La Divina Comedia’ de Dante recuerda aquella frase que ve grabada en la puerta del infierno: “¡Abandonen toda esperanza!”. Vivir sin esperanza es como vivir en el infierno, no tiene ningún sentido la vida, no hay un motor que impulse la vida. El amor: En sentido de “agapé” es el amor de Dios a nosotros, de nosotros a Dios y el amor entre nosotros. El agapé no se queda sólo en sentimientos ni nada tiene que ver con la búsqueda de poseer o de controlar; es la actitud de hacer el bien por los demás y para los demás, es entregarse uno mismo para que aparezca siempre lo bueno, el luchar por el bien. Por eso el amor es lo que le da el pleno sentido a la vida y es por lo que suspiramos desde lo más hondo del alma, porque es en el amor donde se encuentra la verdadera paz. Hay mucho que hablar sobre el amor; ya tendremos oportunidad de hacerlo.
Prudencia: Es la capacidad para descubrir lo que es bueno aquí y ahora tanto para mí como para los demás; es la sabiduría de hablar y actuar en el momento que se requiere. Como ves, es necesaria la sabiduría. Recuerda esto: “Yo, la sabiduría, habito con la prudencia y he descubierto el arte de la reflexión” (Proverbios 8,12). Sabiduría práctica en la línea de la discreción, sabiduría para las relaciones con Dios y con los demás. Justicia: Otra de las virtudes de la que hay mucho que decir. ¿Por qué a la justicia se le representa como una mujer que sostiene una balanza en la mano y una espada en la otra, además lleva los ojos vendados? Se quiere expresar que la justicia debe sopesarlo bien todo y dictar sentencia, y ejercer todo el poder para que la sentencia se cumpla. Pero la justicia por sí sola en ocasiones es injusta; por eso, como dicta santo Tomás de Aquino, la justicia para ser justa debe ir unida al amor. Pide insistentemente a Dios te dé capacidad de amar para ser justo en las relaciones con tu prójimo; de esta manera tendrás paz en tu alma. Grábate bien esto: “El amor no se alegra de la injusticia, sino que encuentra su alegría en la verdad” (1Corintios 13,6). Fortaleza: Es el arte de tener un objetivo y luchar por conseguirlo; pero ese objetivo debe estar en la línea del bien moral para la persona. No se trata de terquedad u obstinación sino de tener la sabiduría necesaria para luchar por el bien. Así es una persona fuerte y valiente ante las adversidades. Templanza: Quiere decir, ordenar correctamente, cuidar, refrenar, disciplinarse, moldear, hacerse cargo de uno mismo. La templanza busca el equilibrio interior, la armonía consigo mismo, y su meta es conseguir la paz. De esta manera la persona se siente libre porque tiene control sobre sí mismo y sabe de qué manera guiarse en la vida.
Hay mucho todavía que comentar sobre las virtudes en cuanto valores fundamentales para vivir en paz consigo mismo, con los demás y con Dios. Te invito a profundizar en cada una de ellas, para que, de esa manera, te sirvan para tu crecimiento humano y espiritual, y puedas cumplir mejor con la misión que Dios te encomendó en esta vida.
Que nos ayude a todos esta oración de san Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales: Señor, a Ti solo te adoro, porque eres mi Dios; a Ti solo quiero servir, porque eres mi Señor, a Ti solo te busco, porque eres mi Bien; a Ti solo deseo, porque eres el Amor. Y mientras camino hacia Ti, oh mi Dios, haz que te sirva con un corazón limpio, haz que te ame con un alma ardiente; que viva para Ti, que cumpla tu Voluntad, que me entregue a tu Amor; todo de Dios, sólo de Dios, siempre de Dios. Amén.
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