VIVIR COMO AMIGOS. San Pablo, Filipenses 2,1-5.
“Si de algo vale una advertencia hecha en nombre de Cristo, si de algo sirve una exhortación nacida del amor, si vivimos unidos en el Espíritu, si ustedes tienen un corazón compasivo, llénenme de alegría teniendo unos mismos sentimientos, compartiendo un mismo amor, viviendo en armonía y sintiendo lo mismo. No hagan nada por rivalidad o vanagloria; sean, por el contrario, humildes y consideren a los demás superiores a ustedes mismos. Que no busque cada uno su propio interés, sino el de los demás. Tengan, pues, los sentimientos que corresponden a quienes están unidos a Cristo Jesús”.
En nuestra vida diaria nos encontramos en situaciones en las que anhelamos profundamente la unidad, nos damos cuenta que una de las cosas esenciales es precisamente vivir la unidad como personas y más siendo cristianos. Puede ser durante una comida con amigos, o en una reunión familiar, en nuestras relaciones interpersonales con los vecinos, si se rompen los lazos de afecto que armaban la unidad, nos llenamos tanto de tristeza como de ira. Por el contrario, cuando experimentamos profundidad de diálogo y concordia con los demás, cuando las diferencias o los malentendidos se han ya desvanecido por completo, llega a lo profundo de nuestro corazón una grande paz. Estas experiencias de unidad constituyen momentos privilegiados y nos damos cuenta de que es un don de Dios, quizás el mayor de todos los dones, un don que deseamos profundamente y que nos sentimos hasta obligados a pedirlo a Dios.
En su carta a los Filipenses, Pablo, que escribe desde la prisión, habla largo y de manera muy hermosa sobre la unidad y la alegría. También habla abiertamente del afecto que siente por los Filipenses y de la ayuda que ellos le han brindado. Al leer la carta a los Filipenses, teniendo en cuenta que Pablo está prisionero, uno queda impactado y se pregunta cómo es que en esa situación, y sabiendo cómo eran las cárceles en aquella época, puede él hacer que broten de su corazón vivencias marcadas tan profundamente por la alegría y la fuerza de la vida. En verdad que Pablo era una persona fuerte sicológicamente, pero más todavía fuerte en su fe; su vida la miraba con nuevos ojos, mirada que sólo puede darla la fe en Cristo.
El tono de la carta denota familiaridad y confianza, como es cuando las personas han aprendido a compartir sus vidas y a apreciarse mutuamente. Sentimos cómo la Palabra de Dios ha convertido a los extraños en amigos, podríamos decir, incluso, en familia.
Uno de los motivos por los que Pablo escribe a los cristianos de Filipos es porque está preocupado por las noticias que ha recibido acerca de los conflictos que se dan en el seno de la comunidad. Se han roto los lazos que unen la vida de los cristianos. Su respuesta es una invitación de amigo querido a cuidar con más esmero el don que han recibido los Filipenses que es la unidad. Pablo evoca algunas de las causas que están en la raíz de la división; finalmente, insiste en la imagen de tener “un mismo sentir”. Sólo que ese “mismo sentir” no es ya el de ellos, sino el de Cristo y que puedan decir también como el mismo Pablo: “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí”.
Pablo quiere que sepan que hay situaciones en nuestra vida que pueden destruir el don de la unidad. Pero los cristianos deben dejarse llevar por una fuerza que es aún mayor, la vida del mismo Jesús. Y cuando habla de los “sentimientos de Cristo”, Pablo no está pensando en lo que Jesús sintió o en sus sentimientos de su vida terrenal, sino en la fuerza poderosa de su presencia de resucitado entre nosotros.
Unas preguntas:
¿Te ha tocado vivir situaciones en las que se ha roto la unidad en tu entorno? Si la respuesta es que sí, ¿de qué manera han hecho intervenir a la Palabra de Dios para restablecer la unidad?
¿Cuáles son las causas profundas de división que encuentras en tu entorno?
¿Cómo podemos hacer para que fluya abundante la Palabra de Dios a fin de que ilumine nuestras relaciones interpersonales?
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